Comentario
El número de artesanos de algunas ciudades latinoamericanas había ido adquiriendo una cierta entidad a lo largo de estas décadas, sí bien la población seguía siendo mayoritariamente rural. En México, de acuerdo con los datos del censo de 1910, había 873.436 artesanos y obreros, lo que representaba cerca del 16 por ciento de la población activa. En la última década del siglo XIX y en la primera del XX se produjo el surgimiento del movimiento obrero (urbano) en aquellos lugares donde se había producido un cierto desarrollo artesanal o manufacturero, aunque habrá que esperar a décadas posteriores para poder hablar con entera propiedad de la existencia de un proletariado, vinculado a un sector fabril importante.
México, Buenos Aires y Santiago de Chile fueron algunas de las ciudades que conocieron el desarrollo de un sindicalismo temprano. En México, los obreros industriales pasaron de 45.806 en 1895 a 58.838 en 1910. En Brasil, sobre una población total de 30 millones de habitantes, había en 1920 más de 275.000 trabajadores fabriles, siendo la media de trabajadores por establecimiento de veintiuno. El promedio era inferior en Argentina, diez, ya que en 1914 había 242.138 personas que trabajaban en el sector industrial (incluyendo al personal administrativo) y 24.203 establecimientos catalogados como industriales.
Dada la escasez relativa de trabajadores manuales en relación con los sectores medios, especialmente en los centros urbanos, las tempranas movilizaciones sociales del proletariado fueron mínimas, lo que era posible comprobar por la escasa incidencia que tenían las huelgas sobre la vida cotidiana de la población. La fuerza sindical se hacía notar básicamente en aquellos sectores vinculados directamente con la actividad exportadora, como la minería o los transportes. Algunos gremios del sector llegaron a adquirir un poder de presión o negociación considerable, como los ferroviarios o los mineros del salitre chileno, pero casi ninguna los que estaban fuera de él, dada la facilidad para importar los productos que podían ser afectados por el movimiento huelguístico.
Los sindicatos debían desarrollar sus actividades en un contexto bastante hostil, caracterizado por la intransigencia de los industriales a la hora de negociar en todo lo referente a las condiciones de trabajo y los salarios. La actitud del Estado en los enfrentamientos entre el capital y el trabajo era ambigua y contradictoria y es imposible hablar de una tendencia general. La historia del movimiento obrero latinoamericano está jalonada de hechos caracterizados por la dureza represiva de los gobiernos, facilitada por el carácter extranjero de buena parte de los militantes sindicales, que eran deportados cuando se podía. Algunos militantes sindicales, especialmente los de filiación anarquista, eran partidarios de la acción directa y del terrorismo. En 1909, el jefe de la policía de Buenos Aires fue asesinado por una bomba arrojada por un militante anarquista y el gobierno respondió con la sanción de la ley de Residencia, que permitía expulsar del país a aquellos extranjeros considerados agitadores.
Sin embargo, las referencias a la actitud mediadora de las autoridades en los conflictos gremiales son bastante menores, si bien se trata de un punto que merece una atención mayor por parte de los investigadores a fin de poder definir el papel del Estado en este terreno. En Chile, algunas huelgas y manifestaciones obreras terminaron duramente reprimidas, como ocurrió en Valparaíso (1903), Santiago (1905) y Antofagasta (1906), aunque el suceso más conocido es el de la matanza del centro salitrero de Iquique en 1907. En el México de Porfirio Díaz la represión estatal también se hizo sentir, siendo uno de los hechos más notables la masacre contra los huelguistas textiles de Río Blanco, en 1907. La movilización proletaria sólo llegaría a adquirir tonos épicos en México y únicamente a partir del estallido de la Revolución.
Se suele vincular el desarrollo del movimiento obrero con ideologías de izquierda, anarquista o socialista, pero es necesario no perder de vista la implantación de los sindicatos católicos, reforzados con la formulación de la doctrina social de la iglesia, especialmente a partir de 1891, con la encíclica Rerum Novarum.
Los primeros sindicatos que se formaban en las ciudades solían ser de tipógrafos y linotipistas, obreros de la construcción, panaderos y otros oficios vinculados con la producción de alimentos. También fueron importantes los sastres, zapateros y sombrereros, así como diversos artesanos, dedicados a trabajar el vidrio, el metal u otros materiales. La importante presencia de artesanos en las ciudades y la inmigración de militantes sindicales de origen español e italiano favoreció el surgimiento de movimientos anarquistas y anarco-sindicalistas en Brasil, Argentina y Uruguay, muchos de los cuales terminaron nucleándose en torno a las Federaciones Obreras Regionales.
En México, en la década de 1870, comenzó a actuar el Gran Círculo de Obreros, una coordinadora de varios grupos dominado inicialmente por los anarquistas, aunque luego comenzó a recibir subsidios del gobierno. El primer grupo marxista de América Latina fue el club Vorwärts, de Buenos Aires, que había sido fundado en 1882 por inmigrantes alemanes y estuvo representado oficialmente en la Primera Internacional. La llegada de nuevos grupos de refugiados provenientes de la Comuna de París y de otros levantamientos europeos reforzó la presencia de la Primera Internacional en algunos países de la región.
En la medida en que el tejido industrial se iba extendiendo, el movimiento sindical se iba haciendo más fuerte y esto repercutiría no sólo en la fundación y organización de sindicatos obreros, sino también en la articulación de partidos políticos que se autoproclamaban defensores de los derechos de los trabajadores. En México se creó uno de los primeros partidos socialistas latinoamericanos, gracias a la labor de los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón, inicialmente nucleados en el Partido Liberal Mexicano. La revista Regeneración, fundada en 1901 y editada en los Estados Unidos se convirtió en el principal vocero de sus reivindicaciones. En Argentina también se desarrolló a partir de 1896 un fuerte Partido Socialista bajo el impulso de Juan B. Justo, con una implantación fundamentalmente urbana y de un carácter marcadamente parlamentario. Menos reformista sería el Partido Obrero Socialista de Chile, fundado en 1912 por Luis Emilio Recabarren.